miércoles, 23 de abril de 2008

Libros, libros y más libros

Puede parecer que nuestra intención es celebrar efemérides, pero no. La muerte de Cervantes o de Shakespeare - a estas alturas no importa demasiado - no es la idea central de nuestro texto. Sentimos envidia de los libros y las rosas que se reperten en Las Ramblas de Barcelona y en otras muchas ciudades del mundo, pero la mejor medicina es pasear por Madrid y buscar libros forrados de lluvia, primavera y claveles. También queremos leer algunas páginas de Juan Gelman o de cualquiera que despierte nuestro interés, siempre que conozcamos su idioma. Y junto al Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, hoy hemos buscado escritores, búlgaros, rumanos, de Ucarania, de Marruecos y también de Senegal, para poderlos compartir. Algo hemos conseguido, y aquí os lo traemos, como una sugerencia:
La puerta de los vientos. Narradores marroquíes contemporáneos, eds. Marta Cerezales, Miguel Ángel Moreta y Lorenzo Silva. Destino, Madrid, 2004. Son 16 relatos escritos por autores rifeños en francés, español y árabe.

Y también, Voces de Chernóbil, Svetlana Alexievich. Siglo XXI, España Editores. Aquí va un fragmeto del primer capítulo.


UNA SOLITARIA VOZ HUMANA


No sé de que hablar. ¿De la muerte o del amor?. ¿O es lo mismo?. ¿De qué?.
Nos habíamos casado no hacía mucho. Aún íbamos por la calle agarrados de la mano, hasta cuando íbamos de compras. Siempre juntos. Yo le decía "te quiero". Pero aún no sabía cuanto le quería. Ni me lo imaginaba...Vivíamos en la residencia de la unidad de bomberos, donde él trabajaba. En el piso de arriba, junto a otras tres familias jóvenes, con una sola cocina para todos. Y en el bajo estaban los coches, unos camiones de bomberos rojos. Éste era su trabajo, yo siempre estaba al corriente: dónde se encontraba, qué le pasaba...
En la mitad de la noche oí un ruído. Gritos. Miré por la ventana. Él me vió:
_ Cierra las ventanillas y acuéstate. Hay un incendio en la central. Volveré pronto.
No vi la explosión. Sólo las llamas. Todo parecía iluminado, el cielo entero...Unas llamas altas. Y hollín. Un calor horroroso. y él seguía sin regresar. El hollín se debía a que ardía el alquitrán; el techo de la central estaba cubierto de asfalto. Sobre el que la gente andaba, como él después recordaría, como si fuera resina. Sofocaban las llamas y él mientras reptaba. Subía hacia el reactor. Tiraban el grafito ardiente con los pies...Fueron allí sin trajes de lona; se fueron para allá tal como iban, en camisa. Nadie les advirtió. Era un aviso de incendio normal.
Las cuatro...Las cinco...Las seis....A las seis teníamos la intención de ir a ver a sus padres para plantar patatas. Desde la ciudad de Prípiat hasta la aldea de Sperizhie, donde vivían sus padres, hay 40 kilómetros. Íbamos a sembrar, a arar. Era su trabajo favorito...